Día de aventura extrema en Río Claro con @actionsportsadventure.
“Tiene que valer la pena.” Pensaba cuando el reloj me despertaba a gritos a las 4:30 de la mañana y yo frunciendo el ceño, en señal de renuncia a todo lo que se interpusiera entre mi cama y mis deseos de dormir un domingo en la madrugada.
Salté, al ver que ya el tiempo corría y no se detenía ante mi pereza. Debía llegar a tiempo. Era una cita para no faltar.
Y ahora agradezco que lo hice.
No hubiera sido posible este día que intentaré resumir aquí sin @actionsportsadventure.
Iniciamos…
El bus, como buen transportador de sueños, llega a su destino para conectar vidas y cumplir propósitos. Esta vez y con rumbo a Río Claro, nos disponemos a vivir un día de aventura.
Sin celulares (una de las razones por las que no tengo tantas fotos tomadas por mí), sin pretensiones, sin lugar para las preocupaciones. Solo personas con una energía contagiosa, que embellecen cualquier duda que se tenga ante este paraíso.
Río Claro, queda en el suroccidente del departamento de Antioquia (Colombia) a tres horas aproximadamente desde Medellín.
Su nombre es un atributo de su ser y todo lo bueno que debe ser digno de visitar.
Sus caminos conservan una diversidad única en fauna y flora. Abundantes árboles, tucanes, carpinteros, lagartijas, ranas, monos y un ave endémica de Suramérica, el Guácharo. Que más adelante contaré cómo fue mi encuentro con esta ave.
Al llegar, el calor húmedo nos encontró desapercibidos. Pero el río era lo prometido. Un lugar para liberarse de todo.
Río y Aventuras, es el operador del lugar que hace las diferentes actividades que realizamos este día. En un primer encuentro con ellos, fueron indicaciones, información y normas que recibimos de su parte.
El río es tranquilo, pero como todo lo que hace parte de la naturaleza, hay que tener precauciones. La más importante: divertirse.
Nos organizamos en grupos y el instinto actuó en segundos. Coincidí con personas que tenían un espíritu aventurero igual que el mío.
Cualquier aventura es mejor si se realiza en compañía de una familia viajera. De esas que sabes desde el principio que coincidir es un privilegio y que lo que más te une a ellas son las rutas y los viajes que pueden compartir.
Ahora sí… ¡empezamos!
Descendimos por el río 500 mts aproximadamente hasta llegar a un lugar para saltar y huir del miedo.
Nuestros cuerpos de adultos, se animaban como el de un niño para saltar al agua, gracias a una cuerda que apenas era sostenida por un trozo de rama de un árbol grande, que se disponía a ver cómo chapoteaba el agua por el roce con cada persona.
De allí, nos esperaban unas formaciones rocosas que intimidaban, pero que dejaban disfrutar del agua poco turbia que mecía a cada cuerpo que nadaba allí.
Seguíamos por el rio, entusiasmados por toda la vista que había y antojados un poco por nadar y jugar con el agua; debíamos primero vencer las fuertes corrientes que en ocasiones chocaban con nuestro bote y lo hacía temblar.
Penábamos porque alguno de nosotros se fuera a caer en esos momentos. Pero era más lo que disfrutábamos a carcajadas angustiosas.
El agua, al igual que los viajes se prestan para dar calma; para saciar el cuerpo de quien lo vive. Para sentir y confirmar que la vida es abundante desde los ojos de un explorador que está en búsqueda de lugares como estos.
El cuerpo necesitaba reposar y alimentarse. Tuvimos un tiempo para compartir y parar.
La siguiente aventura era nueva para mí.
Se conoce como Bodyrafting
Ahora no era un bote el que iba a transportarnos, éramos nosotros mismos los motores en pleno río.
El bodyrafting se conoce como el descenso del río con el cuerpo, dejándose mecer y llevar por sus aguas.
Hay que tener ciertas precauciones y seguir algunas recomendaciones para llevar a cabo esta actividad correctamente y no morir –ahogada- en el intento, en alguna de sus olas o remolinos que se pudieran presentar.
Luego de risas, revoltones en el agua, llegamos al inicio de la ruta que haríamos caminando, primero un sendero en trocha para luego entrar al lugar en donde nos encontraríamos la caverna que es atravesada por la quebrada Bornego.
No puedo dudar que…
Al entrar a este lugar, sentí temor. Angustiada y a la expectativa por lo que iba a suceder allí adentro, en donde apenas podíamos llevar nuestra linterna colgando de nuestra cabeza y donde nuestros pasos estarían vigilados por los guácharos.
Los guácharos son pájaros nocturnos y endémicos de Colombia y Venezuela que están en vía de extinción. En este lugar habitan miles y su canto resonaba con mucha fuerza por las paredes que formaban naturalmente despliegues esculpidos como en mármol.
En un momento, nos detuvimos y el guía nos pidió apagar todas las luces para conectarnos un poco con lo que estaba sucediendo allí adentro.
Se escuchaban suspiros, un ambiente tenso y cantos fuertes que inquietos aclamaban su espacio, intentando imponer que nos alejáramos, que ese era su hábitat y los dueños de ese lugar.
Aún así, nos logramos calmar en medio de la oscuridad y aprendimos a valorar la luz que el día nos ilumina y que nos permite ver en esencia, todo lo que nos rodea.
Por estas cavernas pasan aguas que representan nuestro mundo inconsciente, aquello que va más allá de lo que nos percatamos de forma más clara y cotidiana.
Finalmente, como dicen por ahí: “Vimos la luz al final del túnel.” y esta aventura acuática terminaría de la mejor forma; entre risas y mucha tierra en nuestros zapatos.
Lee aquí mi última aventura en Urrao-Antioquia.