Llevaba más de un año con deseos de realizar la ruta del Páramo del sol, pero el tiempo es justo y este era el momento y las personas con las que debía hacerlo.
Empezar el año en la montaña fue el mejor ritual para establecer nuevos objetivos y afirmar al universo que esto es lo que quiero seguir haciendo.
Agradezco a @larutadelsol4 por haber permitido esta experiencia. Estoy convencida que las personas coincidimos en la vida por propósitos en común. El nuestro; honrar a la montaña y compartirlo a más personas.

Urrao, Antioquia
Llegué a Urrao, un municipio de Antioquia (Colombia) sin referencias ni comentarios. Atónita desde la entrada, me dispuse a pensar que quizá ha sido uno de los pueblos colombianos con más belleza que he visitado.
Grandes valles y curvas montañosas, pintaban los primeros kilómetros a la entrada de este municipio de un verde intenso y un aire fresco por la amplitud de sus paisajes.
Se veía a poca distancia el Río Penderisco que se conoce con el apelativo “Firma de Dios sobre la tierra” por sus imponentes curvas.
Desde la terminal del sur en Medellín, se toma el bus para este pueblo. Son aproximadamente 5-6 horas de recorrido hacia el suroeste antioqueño.
En el primer encuentro que tuve con el guía Andrés (a quién mencionaré en repetidas ocasiones en este espacio), me transmitió desde el principio un encanto por su pueblo y por las montañas con las que desde su infancia creció.
Y orgulloso me decía, que a este municipio lo conocían como “Paraíso escondido”. Yo le creía, porque lo veía.
Casas con pintorescos colores, gran diversidad en fauna y flora (como los colibríes, el páramo y las orquídeas que se toman las montañas del parque nacional) y los diferentes sabores de frutas y café que son sembrados en estas tierras, dejan claro del por qué de «paraíso escondido».
Día 1
La primera noche la pasamos en un hotel. Al día siguiente, emprendería junto a un grupo de valientes, una de las rutas más exigentes mentalmente y me dejaría contagiar por la magia de la montaña.
La ansiedad, uno la reconoce sin que tenga que hablar. La sientes como un cosquilleo por todo el cuerpo que desprende fuego y te empieza a consumir del miedo.
Esa noche, la sentí. El día anterior, todas las personas que se nos acercaban y que de alguna forma se daban cuenta que estábamos listos para ir al páramo, desprendían expresiones de asombro y respeto. Abrían sus ojos y cerraban su boca fuertemente en señal de “Pobres, no saben lo que les espera.” Pero nos alentaban y animaban para poder lograrlo.
Así que esa noche, me desperté de un brinco y corrí hasta celular para ver la hora y prepararme para el encuentro con el grupo. Pensando que eran las 4:30am; el reloj marcaba apenas las 23:30. No sabía que pensar, la ansiedad ya estaba haciendo de las suyas.
El comienzo de la aventura…
La vereda El Chuscal queda a 20 minutos del pueblo, puedes tomar la chiva a las 5:00am o contratar un taxi que te lleve hasta allá en el horario que prefieras.
Este es el punto de inicio. El punto donde miras el horizonte y te rehúsas a reconocer que el lugar al que vas está más lejos que lo que tu perspectiva te deja contemplar.
El punto donde encuentras a más viajeros con la misma energía, donde se siente más fuerte el miedo, pero más ganas de iniciar pronto para no darle cabida a más pensamientos.
Andrés, desde allí mencionó: “Los Incas, dicen que cuando la montaña está despejada se permite ir hacia ella. Así que hoy es el día». La montaña nos estaba permitiendo ir a ella.
En este lugar, es donde se deja el equipaje a cargo de las mulas que se disponen a llevarlo hasta el campamento base.
El primer reto…
Era llegar al campamento base “puente largo” después del alto del burro, nombre que se le da ya que las mulas solo pueden llegar hasta allí.
Visitamos la reserva natural “El colibrí del sol”, creada por la fundación Pro Aves en el año 2005 para la protección de esta ave y otras especies que se encuentran en este ecosistema.
Entrar allí tiene un costo de $10.000 para nacionales y extranjeros de $50.000.
Mientras continuamos nuestro ascenso hasta el campamento base, recordaba una frase que había leído de Andrés Nadal que decía: “El camino de la montaña, como el de la vida, no se recorre con las piernas sino con el corazón.”
Fueron ocho horas aproximadamente de ascenso, con sus respectivos descansos, a un paso constante y sin afán.
Cuando llegamos a este lugar, los pies me pedían descanso, pero mis ojos inquietos y llorosos por la altura me exigían cada vez más, nuevos parajes y únicos retratos.
A los lejos…
Distinguía claramente a quién pertenecía este lugar; Los frailejones, que son las plantas más representativas de los páramos, inundaban la vista en un solo parpadear y como un ejército se extendían por toda la tierra para dejar claro quién mandaba allá.
Mis pasos se perdían en medio de la cantidad que habitaban; y yo, tímida, hacía un gesto de saludo que dejaba ver mis hoyuelos de las mejillas, por la sonrisa que les lanzaba. Era una forma de pedirles también permiso para estar con ellos unos días y dejarme contagiar por la magia del páramo.
Los frailejones crecen solo un centímetro cada año, lo que permitió que mi curiosidad intentara descifrar por cada uno que pasaba, cuál era la edad que su altura dejaba ver. Entre cuentas, números y sonrisas, honraba por toda la vida que había allí y de la que fui cómplice unos días.
Llegar al campamento base, fue habitar en medio del silencio y de la imponente montaña que continuaba aguardando por nosotros.
Se sentía bien estar en compañía de unos pocos, sintiendo el regocijo de la naturaleza.
Día 2 y 3
Emprendimos el camino más esperado y con unos cuantos miedos de más, anhelábamos llegar a los 4080msnm, el punto más alto de Antioquia.
No habían pasado más de 20 minutos desde el inicio y ya mi cuerpo asustado, intentaba persuadir a mi mente al cansancio. Le dije a Andrés, que no creía poder lograrlo, el morral que llevaba a mis espaldas me pesaba mucho y tenía un nudo en la garganta como el que te da cuando solo quieres llorar.
Convencí a mi cuerpo de poder soportar ese peso y a modo de tregua mi mente también lo logró.
Gran parte de este recorrido fue por el filo de la montaña. Intimidada me sentía por las curvas y grandes picos que se asomaban y me acompañaban en mi camino solitario.
Y digo solitario, porque a pesar de que estaba con un grupo, yo era la primera que recorría este camino, un poco más distante que los otros. Eran mis huellas, las que guiaban a mis compañeros que me seguían.
¡Llegamos!
Inesperada fue la llegada al Alto de Campanas, lugar que se conoce por la forma que tienen sus picos; preponderantes e ineludibles.
Las nubes avanzaban de un lado a otro, obstruyendo la vista e ingenuos, no pensábamos en lo que se escondía detrás de ellas.
Hasta que el atardecer lo dejó ver.
Estar a la misma altura que las nubes, es soñar despierto.
Y soñar despierto es pellizcarte para creerte lo que estás viviendo. Es alegrarte por ver lo que has logrado.
Un cúmulo de emociones sentía en ese momento, que enmudecía mi voz y hacían que sintiera con más fuerza el palpitar de mi corazón.
En el día disfrutamos de La Laguna de campanas, en donde cuentan que los indígenas Embera hacían rituales y ofrendaban oro.
Mis manos estaban tan frías por el agua, que casi no las sentía. Mi nariz respiraba profundo; y yo, inmóvil como la tierra, me quedaba en frente de ella, intentando descifrar su sabiduría.
Las noches…
Fueron sin duda la parte más difícil de esta aventura, en vela y sin poder dormir por los pocos grados de temperatura a los que me estaba enfrentando, recordé y volví a sentir lo que es estar incómoda en la comodidad de la naturaleza.
Fue el momento que más me hizo valorar el cálido aliento del sol y en los que me di cuenta que cualquier extremo sabe a valentía y hace relucir una cara de ti que quizá no conocías; en este caso, el mío fue cobardía, porque quería salir huyendo del frío, pero no tenía escapatoria.
Tuve que entender a regañadientes que hay que estar preparado siempre para vivir algo por primera vez y que tu zona de confort no es más que una ilusión cuando se viaja.
Andrés, se levantaba apenas con una sonrisa y unos ojos hinchados que me decían “qué frío” pero que había logrado dormir bien en la noche. Yo sorprendida, apenas lo miraba envidiando su profundo sueño.
Y luego él, se disponía a hacer chocolate caliente con el mismo entusiasmo con el que vive la montaña. Para así, un poco más calienticos y vivos, poder recibir el sol.
Lo bueno de las noches fue conocer un cielo estrellado; su poca timidez, demostraba imponencia y fuerza, adornando cada rincón con un destello de luz.
Y como en la vida siempre hay una primera vez; esa noche logré ver estrellas fugaces, las cuales intentaba atrapar de un lado a otro con mi mirada juguetona. Quería hacerme la ilusión de que estaban escapando del cielo y que llegarían a mí para abrigarme con su luz
A cambio de no lograr conciliar el sueño, el cielo me premió.
Foto tomada por: Alexander Arias Penagos.
Día 4
Este día sabía a melancolía; por tenerme que ir antes del tiempo que creía justo. No era el momento, ya estaba empezando a sentirme parte de algo grande y me acostumbraba también a volver a lo esencial, a lo simple de la vida, sin retoques ni presunciones banales.
Esos días los alabo por sencillos.
Porque el único baño que tomé, fue al tercer día en la Laguna.
Porque mis uñas solo comían tierra y no sabían de manicure.
Porque mi pelo revoltoso, recibía solo atención del frío y no de una ducha con agua y jabón.
Porque la única taza de baño que conocí fue el hueco que escarbaba con mis propias manos a poca distancia del campamento.
Porque la sopa que nunca tomaba en la ciudad; recién hecha y caliente en la montaña, fue el mejor plato gourmet que probé.
Porque el agua que tomaba lo hacía de los nacimientos del páramo.
Más vale disfrutar de lo que vemos simple ante nuestros ojos, pero que es perfecto ante el ojo de la tierra.
El descenso desde el campamento base hasta la vereda el Chuscal fue de aproximadamente 4 horas, a un buen ritmo. Es menos tiempo, ya que el camino es diferente al de subida. Esta vez se hace por donde suben y bajan las mulas. Un poco más empinado, pero más “rápido”.
Llegar al pueblo de nuevo fue alivio y emoción. Fue llegar de un campamento más que recreativo, educativo.
Recomiendo esta aventura a todos los que se quieran retar, re-conocerse y vivir una experiencia a través de la montaña. Y con los mejores, claro está @larudelsol4