Autora: Angie Giraldo Naranjo
Antes de ésta, sólo había tenido una experiencia acampando y había sido realmente trágica; así que cuando se me presentó la oportunidad de volver a intentarlo, tuve mis dudas. No soy muy racional, así que, como siempre, actué y luego pensé: ¿Usted qué carajos va a hacer?
Luego de decidir vivir esa experiencia, empezaron los cuestionamientos y los miedos. Es curioso cómo le prestamos atención y nos centramos más en buscar soluciones a los ¨problemas¨ banales como, en donde voy a cargar mi celular o si voy a tener señal para estar en contacto con el mundo, es contradictorio porque lo que buscaba era desconexión, pero ustedes saben, demasiado influenciada por el mundo digital.
¿Qué me animó a hacerlo?
Cada día antes del viaje me imaginaba algo diferente, primero fue el hecho de salir de mi zona de confort, lo segundo fantasear conmigo tirada en cualquier parte viendo el cielo lleno de estrellas, tercero pensar en levantarme a ver el amanecer con un tinto en la mano, cuarto soñar con nadar en la represa, quinto poder entender el arte de armar una carpa, sexto las ganas de hacer kayak por primera vez, séptimo recorrer las calles bonitas de Guatapé y octavo tomarme muchas fotos ¨instagrameables¨, como diría un amigo.
Cuando llegó ese esperado sábado empaque lo que creí que iba a necesitar y salí de mi casa de forma veloz para no tener tiempo de arrepentirme.
Vuelvo a decirlo, estaba tan preocupada por la batería de mi celular que no leí las recomendaciones que había mandado el equipo de Lápiz Viajero, no las leí sino hasta que llegué al punto de encuentro, vaya sorpresa la que me llevé.
¿Duchas? Pues sí, tienes toda una represa para bañarte.
¿Retrete? Tienes metros de vegetación para que te pongas en cuclillas y te conectes con la naturaleza de otra forma.
¿Electricidad? ¿Para qué la necesitas?
¿Bloqueador? pues si hace tanto frío ¿por qué lo necesito? Esa pregunta me la conteste solita al día siguiente cuando el sol pegaba fuerte en mi piel, vaya bronceado color salmón con el que regrese. «Pero eso también hace parte del paseo» decía para consolarme mientras sentía arder mi piel.
En mi mochila hacían falta muchas cosas y sobraban muchas otras, pero todo eso pasó a un segundo plano cuando llegamos a la isla.
Pude vivir situaciones sencillas que resultaron ser muy significativas, no me cambiaba por nadie cuando observaba las estrellas. Agradecí estar ahí con todas esas personas que acababa de conocer y con las que tuve charlas existenciales gracias al ambiente o al licor, pero más al ambiente. Después de ver el amanecer, varios nos sentamos a esperar a que el tinto estuviera listo, estábamos tan concentrados observando esa pequeña olla, que nuestra mirada resultó ser intimidante y tardó en hervir más de lo que esperábamos. Cuando me monté en el kayak me daba pánico caer, así tuviera el chaleco que se supone no iba a dejar que me ahogara, tenía un miedo infundado. Ah, pero ese pánico se fue cuando traté de posar parada, sin chaleco y con el fin de verme profesional y temeraria. La foto se logró y claro, caí al agua. Pero no me ahogué, resulta que sí sabía nadar.
¿Volver?
Si, mil veces sí. Me conecté con la naturaleza, tuve varias primeras veces, conocí personas únicas y conocí a otra Angie. Y ahora ella no quiere volver al lugar oscuro de donde salió.
Autora: Angie Giraldo Naranjo